Los pasos siguen la inercia de otros pasos,
los edificios escupen desde lo alto,
las prostitutas persiguen con besos y ofertas,
nuestro nombre es renombrado en voz alta,
hombres de traje escapan a los paros cardíacos
que intentan en vano detenerlos,
y uno encuentra una plaza
y siente un orgasmo en los pulmones,
y uno se convence de que no es un número,
ni una estadística, ni un mero empleado,
se dice a sí mismo que ese policía de tránsito
tan saludador es como un viejo amigo,
que la gente hace fila para abrazarnos en el subte,
que quien nos toca el culo en el amontonamiento
no es un ladrón,
y uno cree que el tomate desengrasa la hamburguesa,
y uno se confía en que es joven
y que algún día tendrá su propia oficina,
hasta que llega a la conclusión
de que es lunes
y que la ciudad abre sus puertas
por varios días más.
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