jueves, 26 de enero de 2012

Prohibido abrazar al cactus

Años soleados, tornasolados, aletargados. Sábanas recién compradas, muebles sin armar, lunas de miel y chocolate y desayunos en la cama. Promesas de amor inmortal, amor eterno, amor incondicional, amor lento, amor en todas sus formas y amor deformado. Carne joven y fresca, pecas que son detalles, besos amalgamados. Manos femeninas que acarician a quien la desnudó, que se aferran a los hombros de quien destrozó su espalda contra la canilla de la ducha. Un libro de nombres y significados al borde de la mesa: semillas, cigüeñas, repollos. El hombre que se siente tal cuando la mira desnuda, la abraza bien fuerte para que se le pegue al cuerpo, la transpira, la penetra, la sueña.

Años que se comienzan y se festejan, se recuerdan, se tatúan. Casualidades varias, relojes acelerados. Una foto cuelga en la pared: sólo se ven sonrisas y rodillas que se rozan.

Y una primera arruga por donde termina el ojo es otro año que se sucede. Y promesas borrachas de navidad anuncian unas vacaciones nuevas. Los nenes son como dos años bañados en oro que cuelgan del cuello. Cortes de pelo imperceptibles, panzas, estrías, pelos de la nariz que se asoman a ver cómo está el día. Sexo de aniversario, de hotel, de calentura, de viagra y de películas románticas. Y entonces se ronca, el robo del acolchado es penado de muerte. O el fútbol o la serie, o año nuevo o noche buena, o tu familia o la mía. El mismo chiste del gallego tuerto, los escarpines están donde los dientes de leche. Señora de, fiestas retro. Problemas laborales, milanesas de soja no, costumbre de orear la sábana.

Y entonces los años se parecen más a una colección de estampitas de capitales que nunca se visitarán y no tanto a una vida que prometió una existencia entretenida.

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